Recibí la noticia de tu muerte mientras pendejeaba en las redes. Así, sin preparación, en frío, como cuando vemos pasar un meme idiota y con faltas de ortografía, pero con la contundencia de la muerte implacable que un día llega y no pregunta, solo arrebata. Si, justo como nos va a pasar a todos, salpicando con la mierda del dolor a quien tomó la mala decisión de querernos o de estimarnos un poco aunque sea.
Te fuiste Jaime, pero nos dejaste muchas razones para seguirte queriendo. Sé que te cagaban los sentimentalismos baratos y la lágrima clichepediesca, que se derrama por convivir o encajar y por ello, ando haciendo malabares para no llorar, porque ya no estarás en tu restaurant para darme el abrazo acostumbrado o decir las frases ingeniosas para hacer sentir bien a mi hija y con ello a mí, mientras rechazábamos el postre porque ya nos habíamos llenado mucho.
¿Cuántas muertes de seres queridos puede soportar una persona?
Conforme avanza el pinche tiempo nos vamos quedando sin los amigos que le dieron sentido a nuestras vidas, los que nos acompañaron en un tramo corto o largo. La vida se convierte en un camino obscuro y mal iluminado por el que uno avanza y poco a poco van cayendo los cadáveres de nuestros muertos, con la estridencia que avisa que no estamos lejos de alcanzarlos.
Pinche Jaime. Lo bueno es que te alcancé a decir te quiero, la última vez que nos vimos. Justo ahora sería una causa que multiplicaría por tres la pinche tristeza. Te quiero y te sigo queriendo y admirando porque, entre los muchos logros que tuviste en tu vida, nos diste una estación de radio irrepetible, llena de ideas, de argumentos, de propuestas, de disidencias, de respeto por el oficio de locutor (hoy tan defenestrado por los miles de youtubers e influencers que creen que están inventando el hilo negro). Gracias a eso nos conocimos. Se nos quedó pendiente trepar el basto contenido que tenías, derivado de esa chingona aventura radiofónica.
No ocupo saber lo que pensabas cuando pasó. No es importante saber cómo fue, ni quien estaba, ni si era tu deseo o si luchaste mucho para no dejar este plano. No podría apostarlo, pero sospecho que te fuiste tranquilo por haber vivido la gran vida que viviste, por haber tejido a tu manera una gran historia que contar, por provocar que tus amigos de repente presumamos haberte conocido. Por tener la viejota que te conseguiste. Fuiste chingón Jaime y chingón uno, por saber que me contabas entre tus amigos.
En breve estaremos brindando contigo y por ti, por tu chingona vida y porque, donde quiera que andes, seguro estarás desparramando el sarcasmo, la inteligencia y la bondad que me hizo quererte y admirarte tanto.
No tenía pensado llorar por ti, pero te acabo de fallar. Buen viaje amigo.

Tus comentarios me alimentan el alma.