A veces el sueño no viene y la estridencia de pensamientos inoportunos, provoca un ruido blanco en nuestra mente, que nos mantiene con los puños apretados. Casi siempre eso puede durar toda la vida sin que nos demos cuenta, pues crecemos creyendo que esa es la mejor manera de que un día, alguien se apiade de nosotros y nos amaine el dolor de nuestras manos.
A media madrugada suelo escuchar unos pasos retumbando en el tiempo. Pasos contundentes de suelas desgastadas, pasos que intentan pasar desapercibidos y que, sin embargo, yo los oigo como truenos que anuncian una tormenta implacable en mi tolerancia a la frustración, detonando una ansiedad de la puta madre.
A veces el pasado dura demasiado tiempo. Y retumban en el presente los pasos de las malas decisiones tomadas con la emoción como materia prima. Los pasos del “te lo dije” impertinente, al que no le hicimos caso. El escandaloso eco de los pasos de una risa de mujer con el poder de destruir la poca autoestima que nos quedaba.
La radio se quedó atascada entre dos noches distintas, tergiversando mi concepto del tiempo y la náusea anuncia su llegada. La radio está justo en medio del rojo y oscuro suicidio y del azul lánguido de un nuevo e innecesario día. Las notas de una canción triste logran hacerse escuchar; entonces la música suena y, “sin querer queriendo”, pronto se hizo temprano. El sueño no llegó y, para entonces, el filo de la luz del sol cortó a la mitad del mundo con esa agresividad manifiesta que hiere y retuerce la agonía de los insomnes que lo habitan. Los pasos se siguen escuchando: se alejan y regresan, siempre con la misma indecisión que desmadra. Van, vienen y nuestra expectativa es pulverizada por este titubeo sádico…
—¿Te vas o te quedas, hija de tu chingada madre?
La tristeza duda y pesa, poniéndome en la disyuntiva de vivir o seguir durmiendo. La conciencia no sabe de fines de fiesta.
De tanto sujetarlas, las asas de mi bolsa de recuerdos ya están muy desgastadas. A veces me lastiman los dedos y entonces decido que ha llegado el tiempo de aligerar la carga y deshacerme de algunas remembranzas. Lo complicado es saber cuáles, así que al azar agarro varias vivencias y las tiro por la ventana. La gravedad hace el resto. Al final solo quedan cadáveres con los que iré pavimentando las veredas de recuerdos que se irán deshaciendo como periódicos de ayer mojados por la lluvia, la misma lluvia del vacío que me ha empapado siempre. Los pasos se han muerto.
En cuestión de segundos la comezón de la incertidumbre se desvanece y así, súbitamente, me invade una sensación de liviandad que diluye la tristeza y nutre mi sensación de libertad. Luego me miento y me doy algunos malos consejos que influyen directamente en mi concepto de mala suerte y es cuando decido que el azar debe estar de mi lado; y entonces me deslindo del recuerdo y como consecuencia, nos volvemos extraños.
Así, el insomnio muere y cuando por fin, el sueño viene a bendecirme a deshoras, un ataque de tos (debido a mi garganta saturada de tóxicas flemas) intenta asesinarme por enésima vez, topándose con mi necio factor de curación mutante que me sigue protegiendo. La lucha por no morir ahogado es harto asquerosa y este texto es prueba de que soy terco hasta para dejarme morir. Mis sábanas con manchas amarillas, grises y rojas son evidencia y testigo de que el mal está saliendo de mí junto con tus pinches recuerdos de mierda.
Las luces oblicuas que veo con la esquina de alguno de mis ojos no ayudan para determinar el paso del tiempo. Las pisadas vuelven y la confusión y el miedo me devoran. Huele a llanta quemada y, aunque cierro mis ojos, todo sigue siendo blanco.
¿Realmente el proceso de olvidar depende de una decisión? ¿Joderse el presente con recuerdos que nos arden es opcional? ¿Hay un switch para prender y apagar lo que nos duele y casi nos mata? Respiro y trato de reencausar mis pensamientos necios. Preso de la cámara lenta me hundo en los recuerdos caducados de una realidad mentirosa; entonces, siento la asfixia, pero me aferro al universo y me hago uno con él…Todavía no es mi momento. Un día voy a morir, pero hoy no es ese día.
Los pasos se alejan y esta vez es para siempre.
Me sacudo el polvo de esos pretextos acumulados para no seguir adelante, me incorporo y vuelvo a emprender mi camino. Los pasos han muerto, no se escuchan más. Entonces, duermo y sonrío.

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