Todos usamos máscaras.

Las construimos desde la alcantarilla de la frustración más viscosa y grasosa en la que nos gusta revolcarnos. Hacemos malabares de mentiras y poses para que alguien nos compre caro lo que sabemos que es muy barato.
Desobedecemos el mantra filosófico del “conócete a ti mismo” y es entonces cuando nos diseñamos la máscara que nos será útil para que los demás NO sepan realmente quiénes somos. Yo mismo usé varias, por mucho tiempo, hasta que di con ésta que porto desde hace más de 9 años, y puedo garantizarte a ti, que lees esto, que es la cara más honesta que podrías conocer de mí.
Detrás de la máscara somos demasiadas cosas:
Somos el número pi, que significa todo y nada al mismo tiempo. El número que a veces resta, que a veces suma o divide y que muchas otras, multiplica por cero.
Algunos enmascaran sus vidas de mierda con vino, drogas y filtros de Instagram. Otros responsabilizan a la buena o a la mala suerte de lo que en realidad es consecuencia; y aquellos de allá, le dicen maldición al Pinche Destino que se forjaron. Y así van por la vida: con la máscara efectiva de su cara de pendejos para obtener la dádiva del que se conmueva con la versión subjetiva de su historia. Una en la que todo el mundo es culpable del pinche presente en el que hoy malviven y se quejan a perpetuidad.
Yo, el de la máscara… el que murió hace tiempo y reencarnó sin rostro alguno y con la cual no puedo engañar como lo hacen todos. Las calles por las que camino siempre hacen esquina con el desencuentro y con el extravío, terreno fértil en el que se origina esa pregunta recurrente que sigue con la respuesta pendiente:
— ¿Quién chingados soy?
Soy el de la puta rabia incontenible que sonríe, sosteniendo un cuchillo en la mano, aspirando a apuñalarte la culpa para así convertirme en unos gramos de recuerdos.
Hoy soy tu olvido y, sin embargo, estoy en todas partes:
Soy el cajero de la sonrisa fingida, que te pregunta si encontraste todo lo que buscabas, mientras te mienta la madre mentalmente.

Soy el que, por cuestiones personales, tiene que seguir viviendo, aún después de haber decidido suicidarse. La muerte ya ni siquiera viene, pues me he arrepentido tantas veces, que ya no cree que, ahora sí, será necesaria su presencia.

Soy el desconocido que saludas en el banco, cuando haces el pago mínimo de tus deudas impagables.

El que limpia las ventanas que nadie le pidió que limpiara.

El que odias, al que mataste.
El que te quitó la ropa, solo para platicar por horas. El que te encontró cuando no te andaba buscando.

Soy ese, del que muchos hablan mal, cuando no está presente. El “mala fama” en el que has depositado tu confianza ignorando que, ahora mismo, está listo para arrojarte por la pinche ventana del olvido, sin detenerse a contemplar tu intrascendente caída.

Soy ese amor que te mencionó aquella señora extraña; sí, esa que te convenció de leerte las cartas y de la que nunca me contaste para ahorrarte la carrilla de mi parte.

Soy ese pinche error que te marcará de por vida y por el que, incluso hoy, usas una máscara distinta.
Soy el agua salada que te mata con la falsa promesa de quitarte la sed.

Soy el tipo del bar que pide un vaso de leche y que nunca se levanta, ni aunque la muerte le pase zumbando. El que nunca va a engrasar los ejes de la carreta en la que deambula lentamente, por los caminos menos pavimentados. El que vaga solito en el mundo y va deseando la muerte.
Soy el pasado que siempre te mira la espalda, el pasado que se resiste y que siempre aspira a llamarse “presente”.

Soy la culpa y la duda constante, el remordimiento que quizá nunca muera y con el cual te mate. Soy el que no da la cara, el payaso deprimido que, después de hacerte reír, piensa más seriamente en suicidarse. Soy el que te sigue siempre y alimenta ese delirio de persecución que te obliga a voltear a todos lados. Soy la amnesia y el olvido que permite que creas el vil engaño de que un día, en algún momento, yo fui el hombre de tu vida.
Soy el extranjero, el vagabundo que siempre está de paso. El enfermo de libertad y sin escrúpulo alguno al que la tristeza lo ha curtido siempre.

Soy ese silencio ensordecedor que te persigue y te desorienta. Soy tu mala suerte, tu treinta de febrero, tu quincena más larga y la bala que amenaza, pero nunca mata. Soy ese orgasmo que nunca llega, soy esa falsa promesa religiosa que te hizo creer que todo estará chingón cuando valgas verga. Soy el ineludible y puto infierno en el que te vas a pudrir y es así como te darás cuenta de que Dios si existe.

Soy el pinche Perro Muerto que te acompañará por todo el Mictlán. Soy el beso de la boca desdentada de lo que no es para siempre. Soy el más mentiroso feligrés que asiste cada fin de semana a la iglesia de tu colonia, esperando encontrar la esperanza que me permita seguir siendo.
Soy tu último trago antes de esa congestión alcohólica.
Soy el de la máscara, el clandestino, el que eyacula miseria en todas partes. El que se fuma el cigarro que es tu vida, y te apachurra en un cenicero para que te apagues, junto con esas otras vidas que tomaron la mala decisión de permitir que yo las fumara.
— ¡Cantinero, cambie por favor este pinche cenicero!
Soy el que no se enamora, el que acaricia, el que desquicia, el que comprende, el que abraza, el que besa, el que folla, el que ilusiona, el que entusiasma, el gusto culposo que siempre vas a ocultar.
Soy el que está que se va y que se va y que se va y no se ha ido. El que soñó contigo… cuando no te conocía.
El cobarde que se esconde tras una puta máscara de mierda para no enfrentar sus consecuencias. El de las causas perdidas y el de la salud dinamitada. El desahuciado que ríe con este cinismo idiota que me cubre de adamantium.

Soy el de la máscara, el que no te merece, aunque crea merecerlo todo. El que apantalla pendejos y ha convencido a demasiados de ser lo que no es.

Soy la flama eterna de la ira que un día va a consumirlo todo. Soy la semilla de esa duda que nunca podrás resolver. Y, a pesar de todo, no pido perdón alguno, ni siquiera cuando pronuncio tu pinche nombre. Tu pinche nombre que me envenena el alma cada que conozco a alguien que como tú se llama.
Soy la flor del frío que sobrevive a todo. El llanto amargo que se convierte en risa. Soy eso que el tiempo te quitó.
Soy la peor decisión que tomaste:
— ¿Para qué le dije que sí a ese pendejo?
La línea final, la meta inútil, la mala rosa, la tempestad de dolor que no para. Soy el que va a hundir sus espinas en tus ilusiones y en tu esperanza. Soy lo que te desangra.
Que tu expectativa no te convenza de los contrario. No me justifico, ¡yo soy mala cosa! Escapa de mí..


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