Todos esos años en los que mi única salida de emergencia para no pensar en el suicidio era escribir en una hoja, en un cuaderno o en la pared de un baño público.
Escribir fue la única manera que tuve para poder adelgazar la tristeza, la furia, el rencor, la culpa, la rabia y la ansiedad que provocaba el bisbiseo derivado de mi mala fama y de lo que en ese tiempo yo llamaba mala suerte.
Dedicado a todas esas personas que se cruzaron en mi camino y que en mis peores momentos me ayudaron.
¡Los otros, chinguen a su puta madre, ustedes saben quiénes son!


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